“#Nación. Madre de niño presuntamente abusado por Freddy Castellanos hizo grave denuncia contra docentes: ‘Si no comes, te llevo’.” – Semana.
“Es un alimento que comúnmente muchas personas ingieren, le contamos de cuál se trata en el primer comentario.” – El Tiempo.
Estas frases no son una excepción: son el síntoma de una tendencia que se está generalizando en el periodismo, incluso en los medios que se han considerado “serios”. Titulares que no informan, sino que atrapan; preguntas con respuestas diluidas, diseñadas para retener al lector. Lo llaman clickbait, pero deberíamos decirlo sin rodeos: es una trampa.
La lógica del clickbait es sencilla y peligrosa: no importa que la noticia sea clara, lo importante es que el usuario haga clic. Ya no interesa que el lector entienda lo que ocurre, sino que se quede el mayor tiempo posible en la página. La información deja de organizarse según su relevancia y empieza a estructurarse en función del suspenso que pueda generar antes de soltar la respuesta. El titular se convierte en carnada, y la noticia, en un juego de escondidas.
Este tipo de redacción no solo degrada el oficio periodístico: también es una falta de respeto al ciudadano. Obligar a una persona a buscar entre párrafos una respuesta que debería estar en la primera línea es manipulación. Es tratar al lector como una cifra más en una métrica digital, no como alguien con derecho a estar informado de forma clara, rápida y veraz.
Y lo más preocupante es que esta lógica no se limita al entretenimiento. También está contaminando la cobertura política, judicial y social. Incluso los temas más graves se disfrazan con titulares ambiguos, escandalosos, vacíos. Como advierte una investigación sobre el periodismo digital: “el clickbait ha alterado los criterios de jerarquización en la prensa radial y televisiva, pues todas las notas utilizan una estructura romboide [...], cuyo objetivo principal no es dar con objetividad la noticia, sino obligar al usuario a leerla.” La forma de contar la noticia se subordina así a la lógica de la permanencia, no de la información.
El periodismo debe recuperar su función esencial: informar. Eso implica estructurar las noticias con claridad, jerarquizar lo importante y evitar disfrazar los hechos con adornos o trampas. Implica confiar en que la realidad, por dura o compleja que sea, tiene suficiente peso para captar la atención del lector. Pero, sobre todo, implica respetar su inteligencia.
Si aspiramos a un periodismo que sirva a la democracia y no al algoritmo, el clic no puede valer más que el contenido.
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