MIS ANTIGUAS PLATAFORMAS

lunes, 2 de junio de 2025

Noticia-trampa

“#Nación. Madre de niño presuntamente abusado por Freddy Castellanos hizo grave denuncia contra docentes: ‘Si no comes, te llevo’.” – Semana.

“Es un alimento que comúnmente muchas personas ingieren, le contamos de cuál se trata en el primer comentario.” – El Tiempo.

 

Estas frases no son una excepción: son el síntoma de una tendencia que se está generalizando en el periodismo, incluso en los medios que se han considerado “serios”. Titulares que no informan, sino que atrapan; preguntas con respuestas diluidas, diseñadas para retener al lector. Lo llaman clickbait, pero deberíamos decirlo sin rodeos: es una trampa.

 

La lógica del clickbait es sencilla y peligrosa: no importa que la noticia sea clara, lo importante es que el usuario haga clic. Ya no interesa que el lector entienda lo que ocurre, sino que se quede el mayor tiempo posible en la página. La información deja de organizarse según su relevancia y empieza a estructurarse en función del suspenso que pueda generar antes de soltar la respuesta. El titular se convierte en carnada, y la noticia, en un juego de escondidas.

 

Este tipo de redacción no solo degrada el oficio periodístico: también es una falta de respeto al ciudadano. Obligar a una persona a buscar entre párrafos una respuesta que debería estar en la primera línea es manipulación. Es tratar al lector como una cifra más en una métrica digital, no como alguien con derecho a estar informado de forma clara, rápida y veraz.

 

Y lo más preocupante es que esta lógica no se limita al entretenimiento. También está contaminando la cobertura política, judicial y social. Incluso los temas más graves se disfrazan con titulares ambiguos, escandalosos, vacíos. Como advierte una investigación sobre el periodismo digital: “el clickbait ha alterado los criterios de jerarquización en la prensa radial y televisiva, pues todas las notas utilizan una estructura romboide [...], cuyo objetivo principal no es dar con objetividad la noticia, sino obligar al usuario a leerla.” La forma de contar la noticia se subordina así a la lógica de la permanencia, no de la información.

El periodismo debe recuperar su función esencial: informar. Eso implica estructurar las noticias con claridad, jerarquizar lo importante y evitar disfrazar los hechos con adornos o trampas. Implica confiar en que la realidad, por dura o compleja que sea, tiene suficiente peso para captar la atención del lector. Pero, sobre todo, implica respetar su inteligencia.

 

Si aspiramos a un periodismo que sirva a la democracia y no al algoritmo, el clic no puede valer más que el contenido.

 

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Cuando la prensa incomoda

Hay algo que los regímenes autoritarios no toleran: la prensa vigilante. El periodismo, por definición, es el antídoto más eficaz contra los abusos de poder, por eso, es incómodo para los dictadores en ciernes. Lo saben bien Daniel Ortega en Nicaragua, Nayib Bukele en El Salvador, y ahora, preocupantemente, lo empieza a demostrar Gustavo Petro en Colombia.

 

Veamos el caso de Ortega. Su ofensiva contra los medios ha sido despiadada: 54 medios cerrados, redacciones allanadas, periodistas encarcelados o forzados al exilio. Por su parte en El Salvador, Bukele ha instaurado un aparato propagandístico paralelo, hostil a los medios independientes, mientras refuerza el control estatal sobre la narrativa pública. Y ahora, en Colombia, Gustavo Petro sigue esa ruta con una estrategia más sutil -por ahora-pero no menos peligrosa.

 

En recientes intervenciones en cadena nacional, Petro no solo acusó a los medios de manipular las cifras de homicidios, sino que se presentó como víctima de censura y conspiraciones, utilizando el prime time de los canales privados para desplegar su mensaje personal. Lo paradójico es que, mientras denuncia ser censurado, impone por la fuerza sus alocuciones a medios que no son públicos. ¿No le basta con Canal Institucional, Señal Colombia, las emisoras públicas y los canales digitales de la Presidencia?

La incoherencia salta a la vista: Petro, que tanto critica a la empresa privada —y en particular a los medios—, ahora se vale de esas plataformas para aumentar su alcance con fines proselitistas. Una estrategia disfrazada de “informes institucionales”, pero cuyo verdadero objetivo es posicionar su figura y su narrativa, con recursos públicos y a costa de los derechos informativos de los ciudadanos.

 

Lo advertí hace tiempo en mis columnas y redes sociales, los medios correrían peligro. El presidente no defrauda, ahí va cumpliendo el manual para convertirse en tirano al pie de la letra.  

 

Cuando un gobierno ve a la prensa como enemiga, en lugar de como contrapeso, estamos ante una amenaza a la democracia. Y hoy esa advertencia cobra forma. Petro se vale de trampas legales y la vetusta reglamentación de medios que nos rige, para ocupar espacios informativos que deberían estar regidos por criterios periodísticos, no por las urgencias políticas del poder.

 

La captura de los medios públicos por parte del gobierno ya es vulgar. El intento de someter también a los privados, interrumpiendo su programación, en el horario estelar, para imponer una narrativa oficialista, es el siguiente paso. ¿Qué viene después? ¿El silenciamiento selectivo? ¿El uso de organismos del Estado para disciplinar a las voces críticas? La historia latinoamericana está llena de precedentes, y ninguno terminó bien.

 

Los ciudadanos debemos estar alertas. Una prensa libre es la que incomoda, y en todo caso, no es una concesión del poder, sino, un derecho de la sociedad

 

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RADIO-grafía II

La Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC) ha publicado un proyecto de resolución con el que busca actualizar las condiciones del servicio de radiodifusión sonora en Colombia. A primera vista, parece un intento loable por responder a las transformaciones del ecosistema mediático. Sin embargo, una lectura crítica deja ver que se trata más de una reorganización normativa, que de una reforma prospectiva. Lejos de proponer un cambio de fondo, la resolución compila lo establecido en la Resolución 2614 de 2022 del MinTIC, armoniza conceptos ya existentes, sin comprometerse con una transformación estructural. 

 

El documento reconoce, dientes para afuera, la urgencia de adecuar el marco normativo a un entorno digital y convergente. Sin embargo, no establece una hoja de ruta concreta hacia la digitalización de la radio terrestre ni menciona incentivos reales para que las emisoras locales o comunitarias puedan migrar tecnológicamente. La palabra “digital” aparece como promesa, no como política.

 

Más preocupante aún es la persistencia de un marco regulatorio asimétrico frente a los actores que compiten por la atención y la publicidad del oyente. Mientras las emisoras deben cumplir con licencias, requisitos técnicos y cargas administrativas, plataformas como Spotify, YouTube o los pódcast operan al margen de esa normativa. Sin embargo, el problema no se resuelve simplemente extendiendo la regulación tradicional a las OTT. Hacerlo sería desconocer la lógica misma de internet en detrimento del desarrollo tecnológico y sus formas narrativas. El verdadero reto es pensar un nuevo marco que reconozca la especificidad de cada actor, sin poner en desventaja a quienes operan desde lo local ni permitir que los gigantes digitales compitan sin reglas claras.

Tampoco hay mecanismos efectivos que reconozcan el rol social de la radio local. Aunque el informe técnico que acompañó la propuesta destaca que el 96% de las emisoras tienen cobertura exclusivamente local, el nuevo texto normativo no incluye criterios diferenciados de protección o fomento para este tipo de medios. 

 

Lo que la resolución propone, en esencia, es una reorganización de términos y condiciones sin comprometerse con una transformación profunda. No proyecta el camino hacia la radio digital terrestreMientras en otros países ya han avanzado con normativas y planes de migración tecnológicacomo el uso del estándar DAB+ en Europa o ISDB-TSB en Brasil, Argentina, Chile solo por mencionar algunos de este lado del planeta, en Colombia la digitalización del transporte de señ apenas se menciona en un proyecto de “actualización normativa” en el que, en realidad, se refuerzan procedimientos administrativos, se introducen precisiones formales, pero se elude el debate estructural sobre el lugar que debe ocupar la radio en la era digital.

 

Infortunadamente los medios solo le importan a los gobernantes como amplificadores de su mensaje político.

 

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RADIO-grafía

En medio de la expansión de plataformas digitales, donde la atención se fragmenta entre redes sociales, pódcast y música por streaming, la radio en Colombia sigue resistiendo. Pero esa resistencia no es sinónimo de estabilidad. El más reciente estudio técnico publicado por la Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC) ofrece una mirada del estado actual de la radiodifusión sonora en el país, revelando un medio que se encuentra en una encrucijada entre la tradición y la urgencia de modernización.

Uno de los datos más reveladores del documento es que el 96% de las emisoras en el país tienen cobertura exclusivamente local. Esto confirma lo que muchos intuimos: la radio sigue siendo, ante todo, un medio de cercanía. En las regiones más apartadas del país, donde el acceso a internet es limitado o inestable, la radio continúa siendo un canal fundamental para acceder a la información, la cultura y el entretenimiento.

En términos de tecnología, el predominio de la frecuencia modulada (FM) es evidente. El 60% de los concesionarios opera exclusivamente con esta tecnología, mientras que solo un 2,6% mantiene transmisiones únicamente en amplitud modulada (AM), una tecnología que lentamente se desvanece. Un 7,4% combina ambas modalidades. Esta transición, aunque natural, deja preguntas sobre el destino de las emisoras más rezagadas tecnológicamente, muchas de ellas con vocación comunitaria o cultural.

 

El documento también subraya una de las principales tensiones del sector: la asimetría entre la radio tradicional y los servicios de audio en línea. Mientras las emisoras deben obtener licencias, cumplir con requisitos técnicos y asumir obligaciones legales, plataformas como Spotify, YouTube o los pódcast operan sin ese marco regulatorio. Esto desequilibra la competencia y pone en riesgo la sostenibilidad de muchas emisoras, especialmente las pequeñas o regionales.

 

Desde el punto de vista económico, según la CRC, el panorama también es desigual. Aunque la radio aún capta una fracción de la inversión publicitaria, los ingresos se concentran en pocas emisoras de gran alcance. Las radios locales, a pesar de su importancia social, sobreviven con presupuestos reducidos y escasas posibilidades de innovación tecnológica o expansión de su audiencia.

 

El comportamiento de los oyentes ha sido notablemente estable. A lo largo de los últimos tres años, la preferencia por emisoras locales ha persistido, lo que demuestra que, más allá de las modas digitales, hay un público que sigue valorando la conexión territorial que ofrece la radio.

 

Respecto a la evolución del medio, el documento técnico publicado por la CRC reconoce la importancia de la radio digital terrestre, pero también deja claro que no existe una hoja de ruta concreta en Colombia. Lo plantea como una necesidad futura, dependiente de condiciones económicas, regulatorias y sociales que aún no se han resuelto.

 

En la próxima columna, analizaremos qué propone la nueva regulación de la CRC y si efectivamente busca modernizar la radio para beneficio colectivo, o si abre la puerta a otras agendas.

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miércoles, 16 de abril de 2025

Defensa del silencio y el foco

Vivimos en una época donde se ha vuelto sospechoso detenerse a pensar. La productividad se mide por la cantidad de tareas simultáneas que podemos realizar, no por la calidad del pensamiento que podemos generar. Frente a esta lógica de la prisa y la fragmentación, vale la pena preguntarse: ¿qué espacio le estamos dando al pensamiento profundo?

 

La pedagogía nos ofrece pistas. Un artículo clásico del ERIC Digest, escrito por Robert J. Stahl, destaca cómo pausas de apenas tres segundos después de una pregunta en clase —el llamado think-time— pueden mejorar radicalmente la calidad de las respuestas estudiantiles. Más reflexión, más precisión, más aprendizaje. Lo mismo ocurre con los docentes: al callar un momento, sus preguntas mejoran, se abren al diálogo, y dejan de ser simples disparadores para convertirse en invitaciones al pensamiento.

 

Ese gesto mínimo —guardar silencio— apunta a algo mayor: la necesidad vital de pensar sin interrupciones, de concentrarnos en una sola cosa, aunque sea por breves instantes. En un mundo saturado de notificaciones, es casi una osadía.

 

Aquí entra en juego el concepto de ocio vital, entendido no como pasatiempo vacío, sino como tiempo necesario para la contemplación, el análisis y la construcción de sentido. Sin ocio, no hay reflexión. Sin reflexión, no hay decisiones. Pero no se trata de romantizar la quietud. El ocio, si se vuelve eterno, puede derivar en evasión o en letargo.

 

Y confieso algo: escribo esto desde la contradicción. Soy impaciente, y a veces ansioso. Me gusta resolver las cosas rápido, moverme rápido, pensar rápido. Pero he aprendido —a las malas— que ser veloz no es lo mismo que vivir en piloto automático, y que se puede actuar con agilidad sin renunciar a la lucidez. Pensar no significa ir lento. Significa ir con sentido.

 

Tal vez no necesitamos más pausas eternas, sino pequeños silencios bien colocados. Como ese segundo antes de contestar un mensaje, antes de dar una clase, antes de decir lo primero que se nos ocurre.

 

Tres segundos. A veces, eso basta.

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RTVC de todos

Es inaceptable que los medios públicos, que pertenecen a toda la nación, sean utilizados para promover la ideología del mandatario colombiano, como evidenció el homenaje de RTVC a alias Tirofijo, encabezado por un fanático de izquierda con credencial de periodista. Gustavo Petro fue electo presidente con 11.281.013 votos (50,44 %), mientras que Rodolfo Hernández obtuvo 10.580.412 (47,31 %).La abstención alcanzó el 41,8 %, y sumando los votos en blanco y nulos, queda claro que una parte importante de los colombianos no se ve representada en Petro ni en su proyecto político. 

El homenaje al fundador de las Farc ha avivado el debate sobre el uso de los medios públicos en Colombia. En teoría, estos deben servir a la ciudadanía con información imparcial y pluralista, garantizando el derecho a la información y promoviendo el debate público. Sin embargo, RTVC ha sido convertido por Hollman Morris en un instrumento de propaganda oficialista.

Los medios estatales deben ofrecer información veraz y garantizar un debate que refleje la diversidad de opiniones. Según el Reuters Institute, los medios financiados por el Estado deben actuar con independencia editorial y compromiso con la verdad. RTVC nació para fortalecer la información cultural, educativa y de interés público, pero su actual dirección ha desviado ese propósito.

Bajo la gestión de Morris, RTVC ha dejado de ser un medio público para convertirse en una máquina de propaganda gubernamental. La exaltación de figuras como Tirofijo es un intento de reescribir la historia bajo una óptica ideológica, distorsionando la memoria del país y marginando otras perspectivas. Este uso indebido de los medios estatales evidencia su captura por el oficialismo, desdibujando la línea entre lo público y lo propagandístico.

RTVC pertenece a todos los colombianos, no solo a quienes apoyan al gobierno de turno. La democracia exige que los medios financiados con recursos públicos reflejen la diversidad del país, en lugar de convertirse en herramientas ideológicas. Modelos internacionales como la BBC garantizan su independencia con regulaciones que limitan la influencia gubernamental. En Colombia, en cambio, RTVC se ha reducido a una caja de resonancia petrista, debilitando su credibilidad.

La financiación de estos medios proviene de los impuestos de todos, por lo que su contenido debe representar a la totalidad de la sociedad y no solo a un sector específico. La falta de diversidad en RTVC, tanto en contenidos como en talento al aire y equipo de producción, traiciona su mandato original y erosiona la confianza del público. 

La propaganda disfrazada de “faro de la verdad” como la tildó Petro, atenta contra la democracia. Ojalá los otrora críticos (por mucho menos) de administraciones anteriores de RTVC, levanten la voz igual que lo hicieron con Bieri, por ejemplo;a quien yo también increpé y celebre su defenestración. 

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Más que rimas

Me gusta decirle a mis estudiantes que al referirme a Aristóteles debo hacer la venia, porque fue un genio que mantiene vivos sus conceptos vigentes en tantas cosas de nuestro día a día. La poesía, que celebra su día mañana 21, no es la excepción.  Para Aristóteles, poiesis era el acto fundamental de la creación, la capacidad humana de dar existencia a algo que antes no estaba. No se limitaba a la poesía, sino que abarcaba todas las formas de producción artística y material, desde la escultura hasta la arquitectura. En su Poética, sin embargo, definió una forma específica de poiesis: la poesía, entendida como una imitación (mímesis) de la realidad, no en su forma literal, sino en sus posibilidades.

 

La fecha que celebramos mañana nos convoca sobre el significado de esta forma de arte y su lugar en el mundo contemporáneo. A lo largo de los siglos, el término "poesía" se desligó de la poiesis en su sentido amplio y quedó reservado para el arte de la palabra, especialmente en su forma versificada. La poesía es la esencia creadoraes, ante todo, un acto de transformación. Hoy, aunque la poesía ha cambiado de formas y canales, su función sigue siendo la misma: dar sentido a lo que nos rodea, capturar lo indecible y desafiar los límites del lenguaje.

 

La poesía no solo nombra, sino que también sugiere, evoca y deja espacio al misterio. En su esencia creadora, no siempre busca atrapar la realidad, sino dejar que esta fluya sin ataduras. Así lo expresa Bibiana Bernal en su poema, donde el silencio y la contemplación se convierten en actos poéticos en sí mismos:

 

Silencio

Ni escribir sobre pájaros

ni fotografiarlos.

Solo asistir a su vuelo.

Abandonar la vana intención

de eternizarlos en la palabra y la imagen.

Perpetuarse en la fugacidad

de su travesía por la mirada.

Callar, con las manos y con los ojos.

Callarno para fingir el silencio

que dejan a su paso

sino para serlo.

Con la poesía celebremos la capacidad humana de crear y de reflejar el mundo, como lo dijo Octavio Paz “La poesía no es un documento, sino una creación.

 

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El Ritual de la luz

El pasado jueves 7 de marzo, la luz volvió a brillar en el interior del Teatro Román en Pijao. Tras décadas de abandono, el emblemático escenario de este maravilloso municipio del Quindío reabrió sus puertas, devolviendo a la comunidad un espacio que alguna vez fue el alma cultural del pueblo. No se trata solo de materiales de construcción –que también y aún falta mucho-, sino de la recuperación de un ritual, de una memoria colectiva que había permanecido en pausa desde el terremoto de 1999 y la llegada de las tecnologías digitales que desplazaron el cine en 35mm.

 

Asistir a una sala de cine no es solo ver una película. Es atravesar un umbral que nos separa de la cotidianidad, sumergirnos en la penumbra compartida de un auditorio donde la historia de la pantalla se entrelaza con la de quienes la observan. Así lo explica la teoría del cine como ritual de comunión y separación: primero abandonamos nuestro mundo exterior, luego nos sumimos en la experiencia colectiva de la proyección y finalmente regresamos transformados. Este ciclo, que en otros lugares sigue resistiendo la era del streaming, en Pijao había sido interrumpido por más de dos décadas. Hasta ahora.

 

El Teatro Román fue más que un cine. Durante mucho tiempo, sus butacas fueron testigo de romances juveniles, de reuniones familiares, de carcajadas y sustos compartidos. Don Gustavo Toro, su administrador y doliente de toda la vida, contó en el documental 'Cinema Nostalgia' de Angélica Aranda Toro que, en una de las proyecciones de las muy apreciadas películas de vaqueros, un espectador desenfundó su revólver y disparó contra la pantalla, respondiendo a las amenazas de los galanes cinematográficos. Una anécdota surreal comparable con la conmoción causada en la sala del Salón Indio del Gran Café de París, por el tren de los Lumiere

 

Además de proyectar películas en 35mm,el Teatro Román albergó conciertos, obras de teatro y encuentros sociales que crearon el tejido cultural de la comunidad. Luego vinieron los golpes de la historia: el sismo que resquebrajó su estructura y la violencia, que dejó suhuella en sus paredes. Lo que una vez fue un centro de diversión del pueblo se lo fue comiendo el polvo y los escombros.

 

La reapertura de este espacio es, en ese sentido, un acto de resiliencia y de reencuentro. No solo con el cine, sino con la posibilidad de experimentar juntos la magia de las artes. En un mundo donde la individualización del consumo audiovisual ha desdibujado la experiencia colectiva, recuperar un teatro es reivindicar la importancia de lo compartido. La Fundación del Toro, impulsora de esta restauración, lo entiende bien: además de devolverle la vida al edificio -que no es una casa adaptada, sino un espacio construido para ser un teatro a la italiana-, busca devolverle a Pijao un centro de expresión artística y cultural.

 

La luz que se encendió en el Teatro Román el pasado jueves fue más que el titilar de un proyector que desveló la película Mateo para una sala llenaes el reto de un grupo de personas que están convencidas de que la cultura necesita de la colectividad para existir. Y en Pijao, después de 25 años, ese ritual ha comenzado de nuevo.

 

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Con la plata de la Tv

El escándalo del "Concierto de la Esperanza" ha puesto en evidencia un problema estructural en la administración de los recursos de la televisión pública en Colombia, apropósito de que ‘cogieron’ los canales de centrales de medios e intermediarios logísticos. En un país donde la producción audiovisual recibe presupuestos ajustados, el Gobierno decidió gastar cerca de 4.000 millones de pesos en un evento de un solo día, disfrazado de iniciativa cultural, pero que en realidad parece un acto de propaganda política financiado con recursos de todos los colombianos.

 

El dato que más ha indignado es la desproporción en la asignación de los recursos: mientras el artista internacional Residente hubiera recibido más de 2.185 millones de pesos por su presentación, los artistas nacionales apenas habrían sido contemplados con un presupuesto irrisorio, menor al 4% de lo que se pagaría por el puertorriqueño. 

 

Este desprecio por el talento local no solo es indignante, sino que también refuerza la idea de que en Colombia la cultura solo es relevante cuando sirve a intereses políticos.

La televisión pública tiene una razón de ser clara en el presupuesto nacional: debe garantizar la difusión de contenidos educativos, culturales y periodísticos que refuercen la identidad y el debate público. Sin embargo, RTVC y su gerente, Hollman Morris, han optado por financiar eventos de alto costoque no tienen relación alguna con la producción audiovisual, con la plata de la tv

 

En varios espacios mediáticos Morris salió a argumentar que ese dinero no se podía destinar para cubrir las necesidades del pueblo colombiano como salud, educación, etc, puesto que tiene destinación específica -argumento que comparto- sin embargo. Tampoco debería malgastarse en un evento que proporciona contenido para las pantallas y canales de RTVC por unas horas y nada más. Esto demuestra también desprecio por una industria que clama por recursos para ejecutar sus historias. ¿Cuántas series, documentales y programas unitarios se pueden hacer con casi 4 mil millones de pesos? Contenido que puede ser reemitido y compartido con otros canales de la televisión pública regional y que, como si fuera poco, podría ayudar a crecer las casas productoras audiovisuales nacionales y no a un mega empresario de eventos.  

 

No sorprende, entonces, que Residente haya decidido cancelar su presentación, declarando que no tenía suficiente información sobre el evento y que el dinero podría utilizarse para apoyar a los artistas colombianos.

 

Más allá del derroche, este episodio evidencia una estrategia politiquera y manipuladora de la cultura para fines ideológicos. La selección de Residente, un artista con posiciones alineadas con el Gobierno, y la defensa del evento por parte de Morris, quien acusó de "fascistas" a quienes criticaron el gasto, dejan claro que este concierto no es un simple evento cultural, sino un mitin disfrazado de espectáculo gratuito.

 

El mensaje detrás de esta decisión es claro: la televisión pública en Colombia no está al servicio del público, sino de la conveniencia política del Gobierno.

 

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De su propia medicina II

Durante décadas, la izquierda ha apropiado el ámbito cultural: el arte, la música, el humor y la narrativa histórica para modelar la percepción colectiva a su favor. 

 

Esta hegemonía les permitió posicionar sus discursos como verdades políticamente correctas, causando, incluso, vergüenza en quienes piensan diferente. Sin embargo, el panorama ha comenzado a cambiar. Las mismas herramientas que los progres utilizaron para consolidar su poder están siendo empleadas en su contra, y su reacción evidencia un temor profundo ante la erosión de su herramienta de control ideológico.

 

El caso de Retador es un ejemplo que bien ilustra esta transformación. Algunoscaricaturistas, como Matador, han ejercido un papel de castigadores modernos, utilizando el humor gráfico para ridiculizar a sus adversarios ideológicos con impunidad y sembrar su pensamiento de manera divertida. No obstante, Retador, valiéndose de las mismas armas,ha invertido la dinámica: ha replicado la estética y el impacto visual, pero con un mensaje alternativo -políticamente hablando-. Esto ha provocado una reacción furiosa de quienes, durante años, se regodearon en la burla sin admitir que el humor puede ser un arma de doble filo.

 

La pugna por la apropiación del espacio público ha seguido una trayectoria similar. Los murales que tradicionalmente han servido como vehículos de la narrativa de izquierda han sido contestados con intervenciones artísticas de signo contrario. El caso del mural “Las cuchas tienen razón”, y su posterior controversia en Medellín y Bogotá, revela hasta qué punto la izquierda ve el arte urbano como un territorio de su propiedad. Sin embargo, la reacción airada de los activistas de derecha tapando las mencionadas paredes con banderas de Colombia revela que este espacio tampoco está escriturado.

 

La música, otra de las trincheras históricas del progresismo, también ha sido escenario de esta disputa. Una serie de videos en ritmo urbano, atribuidos a Hannah Escobar (@missmelindres), han circulado en redes sociales y plataformas de mensajería. Estas piezas audiovisuales, que adoptan las narrativas y estéticas progresistas, denuncian la corrupción y las contradicciones del actual gobierno y han encontrado eco en un público que no se siente representado por el discurso oficialista. La respuesta ha sido predecible: ataques y censura por parte de quienes, irónicamente, se presentan como defensores de la diversidad de pensamiento.

 

En el ámbito digital, la batalla se intensifica. La izquierda ha cultivado una red de activistasque operan como amplificadores de su narrativa. Sin embargo, la aparición de varios influenciadores de derecha, que cada día ganan más espacios en las plataformas sociales, ha demostrado que esta estrategia ya no es exclusiva del progresismo. Muchos de estos creadores de contenido han controvertido, con datos y argumentos, la retórica de las bodegas oficialistas. 

 

Así pues, el terreno simbólico ya no le pertenece solo a un lado del espectro. La lógica gramsciana de la hegemonía cultural está siendo comprendida por quienes antes fueron indiferentes y ahora ven en ella un nuevo campo de batalla político, porque las plataformas digitales son la nueva plaza pública. 

 

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viernes, 28 de febrero de 2025

Metáfora Cinética

 


La estructura de la rueda se erige como un símbolo de la constante oscilación entre lo efímero y lo perdurable. Sus líneas convergentes, captadas desde un ángulo ascendente, evocan una sensación de infinitud, sugiriendo la paradoja de un movimiento detenido en el tiempo. La iluminación tricolor impregna la imagen de una dualidad entre artificio y emoción, donde la luz se convierte en un lenguaje cromático que dialoga con la nocturnidad del fondo, generando un contraste entre la materialidad del metal y la intangibilidad de la oscuridad.

El punto de vista oblicuo acentúa la monumentalidad de la estructura, transformando lo cotidiano en una construcción visual casi onírica. La composición, marcada por una tensión entre simetría y desequilibrio, refleja la inestabilidad inherente a la percepción humana: lo que parece fijo en el espacio está destinado al giro incesante. Esta imagen no es solo una captura de un objeto, sino una evocación del tiempo atrapado en una geometría lumínica, donde cada rayo de luz es un vestigio de energía proyectada hacia el vacío de la noche.

De su propia medicina I

 El campo de batalla en las elecciones que se avecinan en Colombia está cambiando de terreno. La cultura, que otrora fuera arma casi exclusiva de la izquierda, comienza a verse como una alternativa para la derecha. Este fenómeno no es nuevo, pero en la coyuntura actual adquiere una relevancia particular: la contienda política ya no se limita al ámbito electoral tradicional, sino que se traslada al espacio de la producción simbólica, a la disputa por la hegemonía cultural. Para entender esta transformación, es fundamental volver a Antonio Gramsci, el teórico marxista italiano que desarrolló el concepto de hegemonía cultural, piedra angular de lo que hoy conocemos como "batalla cultural".

 

Gramsci sostuvo que el poder no se mantiene solo a través de la coerción, sino mediante la construcción de un consenso social que naturaliza ciertas ideas y valores. En sus Cuadernos de la cárcel, Gramsci argumenta que la hegemonía no es simplemente el dominio político o económico, sino el control de la cultura y el sentido común de la sociedad -si eso es así, ¿Quiénes mantienen la hegemonía en este momento? 

 

Para la izquierda gramsciana, la lucha política debía trascender las instituciones y penetrar en la esfera de la cultura, los medios de comunicación y la educación, estableciendo un marco de valores que hiciera innecesario el uso de la fuerza.

 

Durante décadas, este enfoque fue adoptado principalmente por movimientos progresistas que instrumentalizaron la cultura como un ‘vehículo para el cambio social’. Sin embargo, en los últimos años, sectores de la derecha han comenzado a apropiarse de esta estrategia, impulsando una contraofensiva ideológica que busca desmontar el predominio progresista en la academia, el arte y los medios de comunicación. Como muestra el caso argentino analizado por Ezequiel Saferstein y Pablo Stefanoni, las nuevas derechas han encontrado en la industria editorial y en las redes sociales un espacio clave para su intervención en la esfera pública, desarrollando una narrativa que se presenta como "antisistema" y "políticamente incorrecta. En otras palabras, se les da un poco de su propia medicina a los progres.

 

Este panorama nos lleva a preguntarnos cómo se manifestará la batalla cultural en Colombia en el contexto electoral que comienza anticipadamente. Si en el pasado el arte, la música y la producción audiovisual fueron aliados naturales de las causas de izquierda, hoy vemos cómo sectores de derecha buscan disputar ese terreno, apropiando una estética y un discurso de rebeldía contra lo que denominan "marxismo cultural" o "dictadura de lo políticamente correcto" -más de su propia medicina-.

 

En la próxima columna abordaré precisamente este fenómeno: el uso del arte y la cultura en la campaña electoral colombiana. En un país donde política ,música,cine y grafiti, se constituyen en vehículos simbólicos, ¿quién logrará imponerse en esta nueva disputa? 

 

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Con la plata de la Tv

 El escándalo del "Concierto de la Esperanza" ha puesto en evidencia un problema estructural en la administración de los recursos de la televisión pública en Colombia, apropósito de que ‘cogieron’ los canales de centrales de medios e intermediarios logísticos. En un país donde la producción audiovisual recibe presupuestos ajustados, el Gobierno decidió gastar cerca de 4.000 millones de pesos en un evento de un solo día, disfrazado de iniciativa cultural, pero que en realidad parece un acto de propaganda política financiado con recursos de todos los colombianos.

 

El dato que más ha indignado es la desproporción en la asignación de los recursos: mientras el artista internacional Residente hubiera recibido más de 2.185 millones de pesos por su presentación, los artistas nacionales apenas habrían sido contemplados con un presupuesto irrisorio, menor al 4% de lo que se pagaría por el puertorriqueño. 

 

Este desprecio por el talento local no solo es indignante, sino que también refuerza la idea de que en Colombia la cultura solo es relevante cuando sirve a intereses políticos.

La televisión pública tiene una razón de ser clara en el presupuesto nacional: debe garantizar la difusión de contenidos educativos, culturales y periodísticos que refuercen la identidad y el debate público. Sin embargo, RTVC y su gerente, Hollman Morris, han optado por financiar eventos de alto costo, que no tienen relación alguna con la producción audiovisual, con la plata de la tv. 

 

En varios espacios mediáticos Morris salió a argumentar que ese dinero no se podía destinar para cubrir las necesidades del pueblo colombiano como salud, educación, etc, puesto que tiene destinación específica -argumento que comparto- sin embargo. Tampoco debería malgastarse en un evento que proporciona contenido para las pantallas y canales de RTVC por unas horas y nada más. Esto demuestra también desprecio por una industria que clama por recursos para ejecutar sus historias. ¿Cuántas series, documentales y programas unitarios se pueden hacer con casi 4 mil millones de pesos? Contenido que puede ser reemitido y compartido con otros canales de la televisión pública regional y que, como si fuera poco, podría ayudar a crecer las casas productoras audiovisuales nacionales y no a un mega empresario de eventos.  

 

No sorprende, entonces, que Residente haya decidido cancelar su presentación, declarando que no tenía suficiente información sobre el evento y que el dinero podría utilizarse para apoyar a los artistas colombianos.

 

Más allá del derroche, este episodio evidencia una estrategia politiquera y manipuladora de la cultura para fines ideológicos. La selección de Residente, un artista con posiciones alineadas con el Gobierno, y la defensa del evento por parte de Morris, quien acusó de "fascistas" a quienes criticaron el gasto, dejan claro que este concierto no es un simple evento cultural, sino un mitin disfrazado de espectáculo gratuito.

 

El mensaje detrás de esta decisión es claro: la televisión pública en Colombia no está al servicio del público, sino de la conveniencia política del Gobierno.

 

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martes, 4 de febrero de 2025

IA y actuación

 Hank Azaria, reconocido y talentoso actor de voz, quien personifica a Moe y al Jefe Gorgory en Los Simpson, recién publicó una columna en el New York Times titulada “¿Pueden los personajes tomar vida sin personas?”. En esta columna, Azaria reflexiona sobre la capacidad de la inteligencia artificial para recrear voces, para lo cual se vale de su experiencia personal en "Los Simpsons" durante casi cuatro décadas.

 

Azaria, en su columna, expresa tristeza ante la posibilidad de que la IA pueda replicar lasmás de 100 voces creadas en su carrera profesionalSegún el artista, una voz es más que solo un sonido; es la manifestación de la humanidad, un componente esencial que involucra tanto el cuerpo como el alma para lograr una interpretación creíble. También argumenta que la actuación de voz no se limita a simplemente hablar, sino que requiere un compromiso físico y emocional profundo. Los actores de doblaje realizan acciones físicas, como correr o llorar, para meterse en el personaje, e incluso utilizan objetos que les ayuden a conectar con la realidad de la escena. ¿Puede la IA generativa hacer esto?

 

Un aspecto clave que destaca Azaria es la importancia de la improvisación en el doblaje. Las interrupciones y el intercambio natural en el diálogo son difíciles de replicar por una computadora, ya que son fruto de la interacción humana y la espontaneidad del momento.Quienes doblan voces para América Latina, además, aportan a sus personajes elementos que permiten conectar con la idiosincrasia del público. Famosa es la anécdota de Eugenio Derbez caracterizando a Burro en Shrek y modificando, de fondo, el guion para cambiar los gags acorde a nuestra cultura.  

 

 

Por su parte, Azaria explica que sus personajes han sido creados a partir de imitaciones de celebridades, amigos y familiares, a veces con modificaciones que dan como resultado una voz única. Por ejemplo, la voz de Moe surge de añadir grava a una imitación de Al Pacino, mientras que la del Jefe Gorgory es una imitación de Mel Blanc imitando a Edward G. Robinson. También menciona que la voz de Agador en "The Birdcage" no solo se basó en la voz de su abuela, sino también en su mentalidad y afecto.

La columna plantea una pregunta clave: ¿será una voz generada por IA capaz de transmitir la misma emoción y credibilidad que una actuación humana? Azaria duda que la IA pueda capturar la esencia de sus personajes, ya que la falta de humanidad podría ser notoria. Sin embargo, se pregunta si la audiencia notará la diferencia, especialmente en un mundo distraído. Aunque reconoce que la IA podría producir múltiples tomas, duda que pueda comprender el ritmo cómico o lo que es gracioso. A pesar de su preocupación por su propio trabajo, ya que la tecnología avanza rápidamente, también contempla un posible beneficio de la IA, como la recreación de voces de actores fallecidos, como Mel Blanc. Sin embargo, subraya que se necesitaría a alguien con un conocimiento profundo del personaje para dirigir a la IA.

 

La premisa es clara: adaptarse o desaparecer.

 

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Propaganda con piel de pluralismo

 En América Latina, la comunicación alternativa ha sido históricamente una herramienta para amplificar voces marginadas. Sin embargo, cuando los gobiernos intervienen para moldear esos relatos, la narrativa deja de ser diversa y se convierte en propaganda. Ejemplo de ello son los recientes encuentros internacionales organizados por los gobiernos de Venezuela y Colombia, eventos que, lejos de promover el pluralismo, parecen estar diseñados para consolidar estrategias de control mediático con financiamiento público.

 

Por un lado, el gobierno de Nicolás Maduro organizó el Gran Festival Mundial Antifascista en Venezuela, con la participación de más de 2.000 delegados internacionales. La vicepresidenta Delcy Rodríguez lo describió como un esfuerzo para fortalecer la lucha contra la guerra cognitiva de los medios hegemónicos. Pero la verdadera intención detrás de este festival, pagado con la plata de los venezolanos, es consolidar un bloque mediático que impulse su discurso político y brinde legitimidad a un régimen cuestionado por violaciones de derechos humanos.

 

Previamente, en Colombia, el presidente Gustavo Petro y su administración ‘botaron la casa por la ventana’ para alinear a medios alternativos con su visión política. A través de eventos como "Uniendo Voces", realizado en Armenia, el gobierno ha canalizado más de 3.000 millones de pesos para consolidar un ecosistema mediático favorable a su gestión, eso sin contar con el uso abusivo de los medios públicos como caja de resonancia y de desinformación petrista. -Ahora que Petro se compara con los personajes garciamarquianos, era Crónica de una muerte anunciada-

 

La estrategia, que en apariencia es un apoyo al periodismo comunitario, se convierte en una forma de influencia estatal que busca posicionar una narrativa oficialista frente a los medios tradicionales.

 

Ambos casos evidencian un patrón común: el uso de dinero público para movilizar influencers y activistas que posan de informadores, para construir redes de comunicación leales, disfrazadas de independencia. No es casualidad que estas iniciativas se den en paralelo y con invitados internacionales como el fanático ‘progresista’ exdirigente de Podemos de España, Juan Carlos Monedero. Se trata de una estrategia orquestada para influir en la opinión pública más allá de sus fronteras, generando un efecto de validación mutua entre gobiernos afines.

 

La inmisión de los influencers en la política ha sido un factor clave en la expansión de estos discursos. En Argentina, por ejemplo, creadores de contenido han sido señalados por recibir financiamiento del gobierno venezolano para difundir propaganda, lo que incluso podría acarrear consecuencias legales, según varios analistas de ese país. En Colombia, las ‘bodegas’ –como se les llama a estas hordas de influencers prepagos- también juegan un papel crucial en esta estrategia al promover el relato oficialista en plataformas digitales, para lo cual el gobierno destina recursos significativos en entidades del Estado. Muchos de estos influenciadores no tienen título profesional, pero sí un abultado número de seguidores.

 

Esta instrumentalización de la comunicación representa un problema serio para la democracia. Lejos de fomentar el pluralismo, estas acciones general ruido y, como sabemos los comunicadores, el ruido es una interferencia que distorsiona el mensaje y confunde a la sociedad. En democracia, ese ruido no es casual: se usa para desviar la atención, sembrar caos y desconfianza, además de fragmentar el debate público.

 

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No más ‘woke’.

 El término woke se ha hecho sonoro de manera especial en los últimos días. Lo que comenzó como una expresión nacida en la comunidad afroestadounidense para describir la conciencia ante las injusticias raciales y sociales, ha sido transformado y desvirtuado, pasando de ser un símbolo de empoderamiento a una herramienta de polarización y control ideológico.

 

En su origen, woke representaba un estado de alerta frente a la opresión. Desde la canción "Scottsboro Boys" de Lead Belly en 1938 hasta su popularización en el movimiento Black Lives Matter, el término fue un llamado a despertar frente a la desigualdad. Sin embargo, como suele suceder con los conceptos que alcanzan una visibilidad masiva, su significado evolucionó y se distorsionó con el tiempo. En la actualidad, woke es tanto una insignia para ciertos sectores como un blanco de crítica para otros. Su uso ya no solo denota conciencia social, sino que se ha convertido en un arma arrojadiza en las guerras culturales contemporáneas.

 

El fenómeno, en mi criterio, debido a la saturación y abuso del concepto, ha desatado una corriente de opositores que crece como bola de nieve. Elon Musk, por ejemplo, lo ha catalogado como un "virus", argumentando que su proliferación sofoca el pensamiento crítico y la diversidad de ideas. Por su parte, Donald Trump ha centrado mucha de su narrativa política en atacar lo que denomina la "dictadura woke", vinculándola a políticas que, según él, erosionan los valores tradicionales. La aireada voz de Trump no es aislada; avizora un cambio en la agenda cultural que se puede imponer allende a las fronteras norteamericanas.

 

Las grandes corporaciones, por ejemplo, han respondido a esta polarización. Disney, tras años de promover una agenda inclusiva,mejor dicho ‘woke’ –incluso muchas veces forzando las producciones- ha optado por volver a un enfoque neutral para reconectar con su público mayoritario. Mientras tanto, Meta, bajo el liderazgo de Mark Zuckerberg, ha relajado sus políticas de moderación en temas de discurso de odio y diversidad, distanciándose de su postura anterior de defensa explícita del progresismo. 

 

Lo preocupante del woke radica en su instrumentalización como herramienta de control. Lo que alguna vez fue un grito de resistencia se ha utilizado para imponer agendas, juzgar a quienes piensan distinto y sofocar el debate abierto. Este fenómeno no solo afecta a las instituciones políticas y empresariales, sino que permea en la vida cotidiana, imponiendouna narrativa que no admite matices ni disidencias. En su afán por visibilizar ciertas causas, termina limitando otras, cayendo en la misma intolerancia que supuestamente combate.

 

Si bien es necesario mantener la conciencia frente a las desigualdades, la manera en que el woke se ha convertido en un campo de batalla ideológico puede llegar socavar los principios democráticos. 

 

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