En tiempos de plataformas y algoritmos, lo que se dice —y lo que se calla— en redes sociales revela más sobre el estado de la libertad informativa que cualquier comunicado editorial. El artículo ¿Cómo informan los periodistas cubanos desde sus perfiles de Facebook? (Castillo-Salina, Muñiz-Zúñiga y Alfonso-Rodríguez, 2025) es un estudio que analiza el uso que hacen los periodistas de Santiago de Cuba de sus perfiles personales en esta red social, y lo que este comportamiento refleja sobre el ejercicio del periodismo en un ecosistema mediático altamente controlado.
La principal conclusión del estudio es, cuando menos, inquietante: existe una profunda disociación entre la agenda personal de los periodistas y la agenda informativa que publican en Facebook. Mientras que en sus perfiles predominan temas como la cultura, la historia y el deporte —tópicos seguros, neutros y compatibles con la línea editorial del Estado cubano—, las preocupaciones personales de estos periodistas, identificadas mediante entrevistas,se centran en asuntos de enorme gravedad cotidiana, como la alimentación, la escasez de energía o la bancarización. La vida real se vive de una manera, pero se publica de otra.
Este fenómeno no se explica únicamente por la censura directa. Los autores muestran cómo las prácticas informativas de los periodistas están marcadas por la autocensura, las restricciones tecnológicas, las políticas editoriales verticales e incluso la percepción de que Facebook es un canal "peligroso" por su propensión a difundir contenido crítico o directamente opositor. El estudio indica que, la mayoría de los periodistas evita interactuar con los comentarios, modera el contenido con cautela o restringe las reacciones de los usuarios. En algunos casos, eliminan mensajes que contienen críticas al gobierno o a sus instituciones. Facebook, que en otros contextos es una plataforma de conversación, en este caso se convierte en un escenario de representación unidireccional.
Este patrón de control tiene efectos preocupantes. La consecuencia más grave es que la ciudadanía queda expuesta a una versión suavizada de la realidad, sin acceso a información contrastada, crítica o cercana a sus verdaderas inquietudes. Lo que se proyectó como una herramienta para ampliar la pluralidad se transforma en un espacio para replicar los marcos oficiales.
Aunque el caso cubano tiene especificidades políticas y estructurales propias, la pregunta que plantea el estudio va más allá de sus fronteras: ¿puede haber periodismo público en plataformas privadas, regidas por algoritmos que favorecen lo viral sobre lo veraz? Incluso nuestro contexto democrático, se evidencian formas más sutiles de distorsión informativa. Periodistas que evitan ciertos temas por miedo a perder la pauta oficial o por temor a la reacción digital. Redacciones que priorizan el contenido "ligero" o sensacionalista para mantenerse a con rating en un mercado cada vez más competitivo.
El artículo cubano es, en el fondo, un espejo. No solo habla de los límites del periodismo en un sistema autoritario, sino de los desafíos globales de ejercer el periodismo en una era donde el control no siempre se impone desde arriba, sino que se filtra por los márgenes de la tecnología, la economía y el miedo.
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