MIS ANTIGUAS PLATAFORMAS

martes, 17 de junio de 2025

Patrón de control

 En tiempos de plataformas y algoritmos, lo que se dice —y lo que se calla— en redes sociales revela más sobre el estado de la libertad informativa que cualquier comunicado editorial. El artículo ¿Cómo informan los periodistas cubanos desde sus perfiles de Facebook? (Castillo-Salina, Muñiz-Zúñiga y Alfonso-Rodríguez, 2025) es un estudio que analiza el uso que hacen los periodistas de Santiago de Cuba de sus perfiles personales en esta red social, y lo que este comportamiento refleja sobre el ejercicio del periodismo en un ecosistema mediático altamente controlado.

La principal conclusión del estudio es, cuando menos,  inquietante: existe una profunda disociación entre la agenda personal de los periodistas y la agenda informativa que publican en Facebook. Mientras que en sus perfiles predominan temas como la cultura, la historia y el deporte —tópicos seguros, neutros y compatibles con la línea editorial del Estado cubano—, las preocupaciones personales de estos periodistas, identificadas mediante entrevistas,se centran en asuntos de enorme gravedad cotidiana, como la alimentación, la escasez de energía o la bancarización. La vida real se vive de una manera, pero se publica de otra.

Este fenómeno no se explica únicamente por la censura directa. Los autores muestran cómo las prácticas informativas de los periodistas están marcadas por la autocensura, las restricciones tecnológicas, las políticas editoriales verticales e incluso la percepción de que Facebook es un canal "peligroso" por su propensión a difundir contenido crítico o directamente opositor. El estudio indica que, la mayoría de los periodistas evita interactuar con los comentarios, modera el contenido con cautela o restringe las reacciones de los usuarios. En algunos casos, eliminan mensajes que contienen críticas al gobierno o a sus instituciones. Facebook, que en otros contextos es una plataforma de conversación, en este caso se convierte en un escenario de representación unidireccional.

Este patrón de control tiene efectos preocupantes. La consecuencia más grave es que la ciudadanía queda expuesta a una versión suavizada de la realidad, sin acceso a información contrastada, crítica o cercana a sus verdaderas inquietudes. Lo que se proyectó como una herramienta para ampliar la pluralidad se transforma en un espacio para replicar los marcos oficiales.

Aunque el caso cubano tiene especificidades políticas y estructurales propias, la pregunta que plantea el estudio va más allá de sus fronteras: ¿puede haber periodismo público en plataformas privadas, regidas por algoritmos que favorecen lo viral sobre lo veraz? Incluso nuestro contexto democrático, se evidencian formas más sutiles de distorsión informativa. Periodistas que evitan ciertos temas por miedo a perder la pauta oficial o por temor a la reacción digital. Redacciones que priorizan el contenido "ligero" o sensacionalista para mantenerse a con rating en un mercado cada vez más competitivo.

El artículo cubano es, en el fondo, un espejo. No solo habla de los límites del periodismo en un sistema autoritario, sino de los desafíos globales de ejercer el periodismo en una era donde el control no siempre se impone desde arriba, sino que se filtra por los márgenes de la tecnología, la economía y el miedo.

Nos vemos en la red (0)

Encender los senidos.

 Imagine este momento: las luces bajan, el telón se abre, suena la primera nota y usted... está viendo todo a través de una pantalla. Es la escena común en la mayoría de los conciertos actuales. Miles de teléfonos móviles grabando lo mismo, mientras la experiencia en vivo se filtra entre píxeles y notificaciones.

 

No es casualidad que cada vez más artistas estén diciendo “basta”. Bob Dylan, Alicia Keys, Madonna, Jack White, Tool o Ghost, entre muchos otros, han pedido expresamente que los asistentes no usen el celular durante sus espectáculos. Recientemente, Enrique Bunbury lo expresó sin rodeos: “Limiten al mínimo el uso de los celulares y vivan la experiencia, no se arrepentirán”. Incluso Beyoncé pidió a sus fans no grabarla para poder ver sus rostros, no sus equipos de telefonía. No se trata de una moda pasajera, sino de un esfuerzo por rescatar lo esencial: la conexión real con el aquí y ahora.

 

Varios estudios confirman que esta práctica no es inofensiva. El uso constante del móvil genera dopamina, lo que alimenta la adicción y reduce la capacidad de concentración. La Universidad de Gotemburgo ha relacionado su uso excesivo con problemas de sueño, estrés e incluso síntomas depresivos. Además, investigaciones como la realizada por la Universidad de Fairfield sugieren que tomar fotos compulsivamente disminuye la capacidad del cerebro para recordar el momento, en lo que se conoce como “el efecto perjudicial de sacar fotos”.

 

En el entorno de los eventos culturales, esta desconexión digital está generando un cambio. Lugares emblemáticos como Berghain, en Berlín, o clubes españoles como re:club en Madrid o Látex Club en Valencia, han adoptado políticas “mobile-free” con alguna aceptación. La iniciativa busca devolver a los asistentes el protagonismo de la experiencia analógica, plena y multisensorial. No es una cruzada contra la tecnología, sino una apuesta por la presencia consciente.

La paradoja es: según una encuesta de Eventbrite, el 70% del público afirma sentirse molesto por la gente que graba durante un concierto, y un 81% comprende por qué a los artistas les puede incomodar. Sin embargo, la mayoría sigue haciéndolo. Debemos asumir esa responsabilidad. No todo momento necesita ser documentado para existir –al menos no en exceso-. 

 

Esto no significa dejar de registrar todo. Una o dos fotos para el recuerdo son comprensibles y humanas. Pero luego, convendría guardar la cámara. Observar, escuchar, moverse. Sentir la vibración del sonido en el pecho, la emoción colectiva que ninguna pantalla puede replicar. 

 

El desafío no es tecnológico, es humano: volver a habitar plenamente lo que sucede frente a nuestros ojos y así encender los sentidos.

 

Nos vemos en la red(0)