miércoles, 6 de marzo de 2030
martes, 17 de junio de 2025
Patrón de control
En tiempos de plataformas y algoritmos, lo que se dice —y lo que se calla— en redes sociales revela más sobre el estado de la libertad informativa que cualquier comunicado editorial. El artículo ¿Cómo informan los periodistas cubanos desde sus perfiles de Facebook? (Castillo-Salina, Muñiz-Zúñiga y Alfonso-Rodríguez, 2025) es un estudio que analiza el uso que hacen los periodistas de Santiago de Cuba de sus perfiles personales en esta red social, y lo que este comportamiento refleja sobre el ejercicio del periodismo en un ecosistema mediático altamente controlado.
La principal conclusión del estudio es, cuando menos, inquietante: existe una profunda disociación entre la agenda personal de los periodistas y la agenda informativa que publican en Facebook. Mientras que en sus perfiles predominan temas como la cultura, la historia y el deporte —tópicos seguros, neutros y compatibles con la línea editorial del Estado cubano—, las preocupaciones personales de estos periodistas, identificadas mediante entrevistas,se centran en asuntos de enorme gravedad cotidiana, como la alimentación, la escasez de energía o la bancarización. La vida real se vive de una manera, pero se publica de otra.
Este fenómeno no se explica únicamente por la censura directa. Los autores muestran cómo las prácticas informativas de los periodistas están marcadas por la autocensura, las restricciones tecnológicas, las políticas editoriales verticales e incluso la percepción de que Facebook es un canal "peligroso" por su propensión a difundir contenido crítico o directamente opositor. El estudio indica que, la mayoría de los periodistas evita interactuar con los comentarios, modera el contenido con cautela o restringe las reacciones de los usuarios. En algunos casos, eliminan mensajes que contienen críticas al gobierno o a sus instituciones. Facebook, que en otros contextos es una plataforma de conversación, en este caso se convierte en un escenario de representación unidireccional.
Este patrón de control tiene efectos preocupantes. La consecuencia más grave es que la ciudadanía queda expuesta a una versión suavizada de la realidad, sin acceso a información contrastada, crítica o cercana a sus verdaderas inquietudes. Lo que se proyectó como una herramienta para ampliar la pluralidad se transforma en un espacio para replicar los marcos oficiales.
Aunque el caso cubano tiene especificidades políticas y estructurales propias, la pregunta que plantea el estudio va más allá de sus fronteras: ¿puede haber periodismo público en plataformas privadas, regidas por algoritmos que favorecen lo viral sobre lo veraz? Incluso nuestro contexto democrático, se evidencian formas más sutiles de distorsión informativa. Periodistas que evitan ciertos temas por miedo a perder la pauta oficial o por temor a la reacción digital. Redacciones que priorizan el contenido "ligero" o sensacionalista para mantenerse a con rating en un mercado cada vez más competitivo.
El artículo cubano es, en el fondo, un espejo. No solo habla de los límites del periodismo en un sistema autoritario, sino de los desafíos globales de ejercer el periodismo en una era donde el control no siempre se impone desde arriba, sino que se filtra por los márgenes de la tecnología, la economía y el miedo.
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Encender los senidos.
Imagine este momento: las luces bajan, el telón se abre, suena la primera nota y usted... está viendo todo a través de una pantalla. Es la escena común en la mayoría de los conciertos actuales. Miles de teléfonos móviles grabando lo mismo, mientras la experiencia en vivo se filtra entre píxeles y notificaciones.
No es casualidad que cada vez más artistas estén diciendo “basta”. Bob Dylan, Alicia Keys, Madonna, Jack White, Tool o Ghost, entre muchos otros, han pedido expresamente que los asistentes no usen el celular durante sus espectáculos. Recientemente, Enrique Bunbury lo expresó sin rodeos: “Limiten al mínimo el uso de los celulares y vivan la experiencia, no se arrepentirán”. Incluso Beyoncé pidió a sus fans no grabarla para poder ver sus rostros, no sus equipos de telefonía. No se trata de una moda pasajera, sino de un esfuerzo por rescatar lo esencial: la conexión real con el aquí y ahora.
Varios estudios confirman que esta práctica no es inofensiva. El uso constante del móvil genera dopamina, lo que alimenta la adicción y reduce la capacidad de concentración. La Universidad de Gotemburgo ha relacionado su uso excesivo con problemas de sueño, estrés e incluso síntomas depresivos. Además, investigaciones como la realizada por la Universidad de Fairfield sugieren que tomar fotos compulsivamente disminuye la capacidad del cerebro para recordar el momento, en lo que se conoce como “el efecto perjudicial de sacar fotos”.
En el entorno de los eventos culturales, esta desconexión digital está generando un cambio. Lugares emblemáticos como Berghain, en Berlín, o clubes españoles como re:club en Madrid o Látex Club en Valencia, han adoptado políticas “mobile-free” con alguna aceptación. La iniciativa busca devolver a los asistentes el protagonismo de la experiencia analógica, plena y multisensorial. No es una cruzada contra la tecnología, sino una apuesta por la presencia consciente.
La paradoja es: según una encuesta de Eventbrite, el 70% del público afirma sentirse molesto por la gente que graba durante un concierto, y un 81% comprende por qué a los artistas les puede incomodar. Sin embargo, la mayoría sigue haciéndolo. Debemos asumir esa responsabilidad. No todo momento necesita ser documentado para existir –al menos no en exceso-.
Esto no significa dejar de registrar todo. Una o dos fotos para el recuerdo son comprensibles y humanas. Pero luego, convendría guardar la cámara. Observar, escuchar, moverse. Sentir la vibración del sonido en el pecho, la emoción colectiva que ninguna pantalla puede replicar.
El desafío no es tecnológico, es humano: volver a habitar plenamente lo que sucede frente a nuestros ojos y así encender los sentidos.
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lunes, 2 de junio de 2025
Noticia-trampa
“#Nación. Madre de niño presuntamente abusado por Freddy Castellanos hizo grave denuncia contra docentes: ‘Si no comes, te llevo’.” – Semana.
“Es un alimento que comúnmente muchas personas ingieren, le contamos de cuál se trata en el primer comentario.” – El Tiempo.
Estas frases no son una excepción: son el síntoma de una tendencia que se está generalizando en el periodismo, incluso en los medios que se han considerado “serios”. Titulares que no informan, sino que atrapan; preguntas con respuestas diluidas, diseñadas para retener al lector. Lo llaman clickbait, pero deberíamos decirlo sin rodeos: es una trampa.
La lógica del clickbait es sencilla y peligrosa: no importa que la noticia sea clara, lo importante es que el usuario haga clic. Ya no interesa que el lector entienda lo que ocurre, sino que se quede el mayor tiempo posible en la página. La información deja de organizarse según su relevancia y empieza a estructurarse en función del suspenso que pueda generar antes de soltar la respuesta. El titular se convierte en carnada, y la noticia, en un juego de escondidas.
Este tipo de redacción no solo degrada el oficio periodístico: también es una falta de respeto al ciudadano. Obligar a una persona a buscar entre párrafos una respuesta que debería estar en la primera línea es manipulación. Es tratar al lector como una cifra más en una métrica digital, no como alguien con derecho a estar informado de forma clara, rápida y veraz.
Y lo más preocupante es que esta lógica no se limita al entretenimiento. También está contaminando la cobertura política, judicial y social. Incluso los temas más graves se disfrazan con titulares ambiguos, escandalosos, vacíos. Como advierte una investigación sobre el periodismo digital: “el clickbait ha alterado los criterios de jerarquización en la prensa radial y televisiva, pues todas las notas utilizan una estructura romboide [...], cuyo objetivo principal no es dar con objetividad la noticia, sino obligar al usuario a leerla.” La forma de contar la noticia se subordina así a la lógica de la permanencia, no de la información.
El periodismo debe recuperar su función esencial: informar. Eso implica estructurar las noticias con claridad, jerarquizar lo importante y evitar disfrazar los hechos con adornos o trampas. Implica confiar en que la realidad, por dura o compleja que sea, tiene suficiente peso para captar la atención del lector. Pero, sobre todo, implica respetar su inteligencia.
Si aspiramos a un periodismo que sirva a la democracia y no al algoritmo, el clic no puede valer más que el contenido.
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Cuando la prensa incomoda
Hay algo que los regímenes autoritarios no toleran: la prensa vigilante. El periodismo, por definición, es el antídoto más eficaz contra los abusos de poder, por eso, es incómodo para los dictadores en ciernes. Lo saben bien Daniel Ortega en Nicaragua, Nayib Bukele en El Salvador, y ahora, preocupantemente, lo empieza a demostrar Gustavo Petro en Colombia.
Veamos el caso de Ortega. Su ofensiva contra los medios ha sido despiadada: 54 medios cerrados, redacciones allanadas, periodistas encarcelados o forzados al exilio. Por su parte en El Salvador, Bukele ha instaurado un aparato propagandístico paralelo, hostil a los medios independientes, mientras refuerza el control estatal sobre la narrativa pública. Y ahora, en Colombia, Gustavo Petro sigue esa ruta con una estrategia más sutil -por ahora-pero no menos peligrosa.
En recientes intervenciones en cadena nacional, Petro no solo acusó a los medios de manipular las cifras de homicidios, sino que se presentó como víctima de censura y conspiraciones, utilizando el prime time de los canales privados para desplegar su mensaje personal. Lo paradójico es que, mientras denuncia ser censurado, impone por la fuerza sus alocuciones a medios que no son públicos. ¿No le basta con Canal Institucional, Señal Colombia, las emisoras públicas y los canales digitales de la Presidencia?
La incoherencia salta a la vista: Petro, que tanto critica a la empresa privada —y en particular a los medios—, ahora se vale de esas plataformas para aumentar su alcance con fines proselitistas. Una estrategia disfrazada de “informes institucionales”, pero cuyo verdadero objetivo es posicionar su figura y su narrativa, con recursos públicos y a costa de los derechos informativos de los ciudadanos.
Lo advertí hace tiempo en mis columnas y redes sociales, los medios correrían peligro. El presidente no defrauda, ahí va cumpliendo el manual para convertirse en tirano al pie de la letra.
Cuando un gobierno ve a la prensa como enemiga, en lugar de como contrapeso, estamos ante una amenaza a la democracia. Y hoy esa advertencia cobra forma. Petro se vale de trampas legales y la vetusta reglamentación de medios que nos rige, para ocupar espacios informativos que deberían estar regidos por criterios periodísticos, no por las urgencias políticas del poder.
La captura de los medios públicos por parte del gobierno ya es vulgar. El intento de someter también a los privados, interrumpiendo su programación, en el horario estelar, para imponer una narrativa oficialista, es el siguiente paso. ¿Qué viene después? ¿El silenciamiento selectivo? ¿El uso de organismos del Estado para disciplinar a las voces críticas? La historia latinoamericana está llena de precedentes, y ninguno terminó bien.
Los ciudadanos debemos estar alertas. Una prensa libre es la que incomoda, y en todo caso, no es una concesión del poder, sino, un derecho de la sociedad.
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