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Carmesí es un libro ilustrado de Microcuentos, disponible bajo licencia Creative Commons 4.0 (CC,BY) escrito por Jorge Urrea. Siéntase libre de Descargarlo y compartirlo

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miércoles, 23 de julio de 2025

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 El emoji nació en Japón a finales de los años noventa y se globalizó con la expansión de los teléfonos inteligentes. Se ha convertido en un elemento esencial del lenguaje digital y por eso, cada 17 de julio se celebra este fenómeno que transformó la comunicación digital. Ese pequeño ícono que solemos agregar al final de un mensaje no es una simple decoración gráfica, sino una potente herramienta de comunicación

 

Su función, además de lo estético, es actuar como equivalentes funcionales de las expresiones faciales en la comunicación cara a cara. Esto significa que, cuando escribimos un mensaje acompañado de un emoji, estamos introduciendo un componente no verbal que enriquece y clarifica el contenido emocional del texto.

 

En contextos digitales, donde no podemos ver el rostro ni escuchar el tono de voz del otro, los emojis suplen esa carencia. Una investigación de Thorsten Erle y sus colegas (2021)indica que los mensajes con emojis se perciben como más intensos emocionalmente y con una valencia más marcada, es decir, más claramente positivos o negativos. Ese toqueemocional no solo ayuda a interpretar mejor el mensaje, sino que también activa procesos de contagio emocional: quien recibe el mensaje tiende a experimentar una emoción similar a la sugerida por el emoji.

 

Desde la perspectiva del modelo EASI (Emotion as Social Information), los emojis desencadenan dos rutas de procesamiento: una afectiva, que genera emociones en el receptor, y otra inferencial, que permite interpretar el estado emocional del emisor. Esto explica por qué un simple ":-)" puede generar empatía y cercanía, mientras que un ">:(" puede provocar distancia o precaución.

 

Además, los emojis también afectan las conductas sociales. El estudio halló que los mensajes con emojis generan mayores niveles de preocupación empática por parte del receptor, una emoción clave en la formación de vínculos sociales, incluso en ambientes virtuales.

 

Paradójicamente, cuanto más digital se vuelve nuestra comunicación, más necesidad tenemos de estos signos visuales que simulan la gestualidad humana. 

Vale la pena pensar el emoji no solo como un facilitador, sino también como un elemento ambivalente en la comunicación digital. Si bien ayuda a matizar el tono de los mensajes y a suplir la ausencia de gestos o entonación, también puede prestarse a malentendidos. Su interpretación depende en gran medida de quien lo recibe, de su contexto cultural, estado de ánimo o relación con el emisor. Así, un gesto pensado como amistoso puede leerse como sarcasmo; una cara seria, como reproche. En vez de cerrar el sentido, a veces el emoji lo abre. Lejos de ser una solución definitiva, estos íconos nos recuerdan que toda comunicación es un proceso compartido, siempre expuesto a la deriva de la interpretación.

 

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Titulo alternativo, por si no se pueden solo los emojis, ojalá que sí.Signos que pesan

Un nudo en la garganta.

 Uno no crece con Ozzy Osbourne impunemente. Su voz rasgada y su aura demencial me han acompañado como una banda sonora personal desde que comencé a formar mis gustos musicales. 

Crecí oyendo a Sabbath y a Ozzy en cassette, en vinilo, cd, mp3, plataformas y ahora en streaming. El concierto de despedida de Black Sabbath, el pasado 5 de julio en Villa Park, fue, además de un evento musical, un rito de cierre… un regreso a casa.

 

En Back To The Beginning, Sabbath volvió a Birmingham – donde nació la leyenda- con un montaje colosal y un lujo de cartel. Desde Metallica hasta Tool, desde Slayer -con Tom Araya potente y salvaje- hasta Gojira, pasando por el memorable duelo de baterías entre Chad Smith, Danny Carey y Travis Barker, todo se sintió como un homenaje sin fisuras. Y en el centro, él: Ozzy. Conmovido, envejecido, pero intacto en su entrega, con ganas de pararse a pesar de que su cuerpo no respondía, pero, la energía vital interna no se contenía, se veía en sus gestos y movimientos confinados.

 

El despliegue fue potente. Un estadio entero convertido en catedral del rock pesado, con Ozzy presidiendo desde su trono de calaveras. Fue conmovedor escuchar Mama I’m Coming Home, energizante el “all aboard” de  Crazy Train y nostálgicos los primeros acordes de War Pigs, cuando Sabbath completo subió por última vez. A sus 76 años, el “Príncipe de las Sombras” no se paró, pero sí se dejó el alma. Desde su silla, con los nudillos tatuados y el micrófono temblando entre las manos, cantó Paranoid como si fuera 1970. Y el mundo rockero coreó con él.

 

Pero si Ozzy es el rostro, Tony Iommi es el músculo, el esqueleto, el alma del sonido Sabbath. Aquel joven que, tras perder la punta de dos dedos en una fábrica de acero, redefinió la guitarra con riffs densos, afinaciones graves y una técnica forjada en la adversidad. En Villa Park, se mantuvo firme, mesurado pero cómplice, entregando una clase maestra de sobriedad y poder. Su forma de tocar es historia viva: sin él, el heavy metal no existiría como lo conocemos.

Iommi rindió homenaje a Ozzy con lo que mejor sabe hacer: tocar. Y con eso bastó. No necesitó discursos. Bastaron los acordes de Iron Man para abrir una grieta en el tiempo. 

 

Sabbath no ha sido sólo una banda sino una sonda, una broca tuneladora que rompió la montaña para abrir el camino de un género que jamás pasa de moda, porque no es una moda, sino, un estilo de vida.

 

Yo no estuve en Villa Park, pero sentí un nudo en la garganta al ver a Black Sabbath de nuevo juntos en el escenario. Gracias Ozzy, Tony, Geezer y Bill, su legado permanecerá por siempre jamás. 

 

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Marconi vs. Tesla

 Un 2 de julio de 1897, Guglielmo Marconi patentó la radio en Londres. Esa fecha pasó a la historia como el nacimiento oficial de un invento que transformaría el siglo XX. Pero la historia, podría ser injusta. En realidad, Nikola Tesla ya había patentado el principio de la radio años antes, en esa misma ciudad. Lo que siguió fue una de las controversias tecnológicas más emblemáticas de la historia de las telecomunicaciones: la disputa por la autoría de la radio.

 

Tesla no era solo un inventor brillante; era un visionario cuya vida osciló entre la genialidad y la marginación. Sus patentes sobre la transmisión inalámbrica de energía datan de 1897 y 1900, y su demostración pública en 1893 de los principios de la radio precedió por años a Marconi. Sin embargo, fue este último quien, con mayor respaldo comercial y político, logró apropiarse del mérito. Incluso recibió el Premio Nobel en 1909 por ello. La historia cuenta que Tesla, en cambio, murió solo, empobrecido, viendo desde la distancia cómo sus ideas eran explotadas por otros.

 

La Corte Suprema de Estados Unidos zanjó la discusión en 1943, seis meses después de la muerte de Tesla, reconociéndolo como el verdadero autor de la invención. Pero ya era tarde. Marconi ya era leyenda. Tesla seguía siendo un pie de página.

 

Detrás de esta disputa queda una pregunta vigente sobre cómo se reconoce la innovación. No basta con inventar algo antes que los demás; también hay que lograr que ese invento sea comprendido, defendido y adoptado. En ese sentido, Tesla fue más un explorador del futuro que un constructor de reputaciones. Su trayectoria recuerda que la historia de la tecnología no siempre avanza por líneas claras: a veces el mérito se retrasa, el crédito se dispersa y la justicia llega tarde.

 

La historia de Tesla y Marconi no es solo un pleito de patentes. Es también una lección sobre la importancia de proteger las ideas sin dejar de lado el contexto en que se desarrollan. El talento, la oportunidad y la persistencia juegan juntos, y no siempre en partes iguales. Tesla, aunque silencioso en vida, terminó dejando una huella profunda, no por la fortuna que acumuló, sino por las ideas que anticipó.

Hoy, cuando los avances tecnológicos van a un ritmo acelerado, vale la pena mirar atrás. El caso Tesla-Marconi recuerda que el reconocimiento de una invención no siempre coincide con su origen. Y que, a veces, la historia necesita tiempo para sintonizar la frecuencia correcta.

 

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