Uno no crece con Ozzy Osbourne impunemente. Su voz rasgada y su aura demencial me han acompañado como una banda sonora personal desde que comencé a formar mis gustos musicales.
Crecí oyendo a Sabbath y a Ozzy en cassette, en vinilo, cd, mp3, plataformas y ahora en streaming. El concierto de despedida de Black Sabbath, el pasado 5 de julio en Villa Park, fue, además de un evento musical, un rito de cierre… un regreso a casa.
En Back To The Beginning, Sabbath volvió a Birmingham – donde nació la leyenda- con un montaje colosal y un lujo de cartel. Desde Metallica hasta Tool, desde Slayer -con Tom Araya potente y salvaje- hasta Gojira, pasando por el memorable duelo de baterías entre Chad Smith, Danny Carey y Travis Barker, todo se sintió como un homenaje sin fisuras. Y en el centro, él: Ozzy. Conmovido, envejecido, pero intacto en su entrega, con ganas de pararse a pesar de que su cuerpo no respondía, pero, la energía vital interna no se contenía, se veía en sus gestos y movimientos confinados.
El despliegue fue potente. Un estadio entero convertido en catedral del rock pesado, con Ozzy presidiendo desde su trono de calaveras. Fue conmovedor escuchar Mama I’m Coming Home, energizante el “all aboard” de Crazy Train y nostálgicos los primeros acordes de War Pigs, cuando Sabbath completo subió por última vez. A sus 76 años, el “Príncipe de las Sombras” no se paró, pero sí se dejó el alma. Desde su silla, con los nudillos tatuados y el micrófono temblando entre las manos, cantó Paranoid como si fuera 1970. Y el mundo rockero coreó con él.
Pero si Ozzy es el rostro, Tony Iommi es el músculo, el esqueleto, el alma del sonido Sabbath. Aquel joven que, tras perder la punta de dos dedos en una fábrica de acero, redefinió la guitarra con riffs densos, afinaciones graves y una técnica forjada en la adversidad. En Villa Park, se mantuvo firme, mesurado pero cómplice, entregando una clase maestra de sobriedad y poder. Su forma de tocar es historia viva: sin él, el heavy metal no existiría como lo conocemos.
Iommi rindió homenaje a Ozzy con lo que mejor sabe hacer: tocar. Y con eso bastó. No necesitó discursos. Bastaron los acordes de Iron Man para abrir una grieta en el tiempo.
Sabbath no ha sido sólo una banda sino una sonda, una broca tuneladora que rompió la montaña para abrir el camino de un género que jamás pasa de moda, porque no es una moda, sino, un estilo de vida.
Yo no estuve en Villa Park, pero sentí un nudo en la garganta al ver a Black Sabbath de nuevo juntos en el escenario. Gracias Ozzy, Tony, Geezer y Bill, su legado permanecerá por siempre jamás.
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