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Carmesí es un libro ilustrado de Microcuentos, disponible bajo licencia Creative Commons 4.0 (CC,BY) escrito por Jorge Urrea. Siéntase libre de Descargarlo y compartirlo

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jueves, 18 de septiembre de 2025

Carmesí 2025



 

La culpa no es del mensajero

Cada cierto tiempo, en Colombia reaparece el comodín presidencial: “gobernamos bien, pero comunicamos mal”. Esa coartada Mario Riorda la definió hace años: la comunicación gubernamental no es un maquillaje, es parte del gobierno mismo. Su fórmula es tajante: la comunicación pública busca generar consenso; si no genera consenso, no hay buena gestión. O sea: culpar al mensajero es admitir que la estrategia —y quizá la política— están fallando. “Gobernar es comunicar”, dijo Riorda. 

 
El libreto es viejo y transversal. En 2016, tras el “No” del plebiscito, el Estado sacó dos cartillas: un ABC del Acuerdo y el Acuerdo Final en un PDF insufrible de 310 páginas. Hubo archivo, hubo información, pero faltó una estrategia de persuasión que se midiera con la campaña de la oposición. No es demonizar los PDFs (sirven); es recordar que subir documentos no equivale a construir mayorías sociales. 
 
La versión 2025 de la misma película se proyectó recientemente en Palacio de Nariño: según el reporte de Coronell, en W radio, Gustavo Petro citó el sábado, de manera obligatoria, a ministros, jefes de prensa y directivos de RTVC. Hubo regaños, ultimátums y una orden nítida: “radicalizar el discurso”. Además, un plazo perentorio para mover presupuestos de difusión hacia “medios digitales” y advertencia de reemplazos si no obedecían. La guinda fue un reclamo por una transmisión “chimba”, los 500 años de Santa Marta, y comparaciones con la inauguración de París 2024. Tres horas de reunión, caras largas y el diagnóstico de siempre: el problema es la comunicación. 
 
La ironía es que el propio gobierno ya había anunciado un remezón de la pauta oficial —la famosa “ley de tercios” para favorecer medios alternativos— como receta para “corregir el relato”. Cambiar el flujo del dinero publicitario sin corregir la política pública produce ruido, no necesariamente legitimidad. El presupuesto puede mover rating; el consenso, en cambio, se gana con resultados que la gente reconozca como propios. 
 
Volvamos a Riorda: el problema no es “no saber contar los logros”, sino creer que la comunicación arregla lo que la gestión no resuelve. Su investigación sobre las “rutinas de comunicación” describe gobiernos atrapados en activismo —eventos, piezas, cadenas, hashtags— que confunden hablar mucho con comunicar bien. Si la ciudadanía no acompaña, la culpa no es del community manager, es que la partitura no está conectando con el público. 
 
Lección final, en democracia, gobernar es comunicar. Cuando la respuesta a cada tropiezo es “nos falló prensa”, lo que falla no es el micrófono: es el proyecto que intenta amplificarse. Y eso, por más pauta o ultimátum, no se corrige a gritos en una sala de juntas.
 
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Cantinfleadas

“No estoy para que me digan, ni yo para decírselos...” Pero el próximo 12 de agosto se conmemora el nacimiento de Mario Moreno “Cantinflas”, ese genio del humor que con su traje remendado, bigotito peculiar y verbo inagotable, nos hizo reír para no llorar. Como él mismo lo decía, “el humor es cosa seria y la seriedad es una cosa que hay que tomar con humor”.

 
Cantinflas no solo fue el comediante más célebre del cine mexicano, sino también un agudo cronista de su tiempo. Con su humor logró desnudar las contradicciones de la política, el clasismo y la injusticia social. “Aquí no existe democracia, sino una dedocracia”, decía, y aunque han pasado décadas, esa frase podría repetirse en la actualidad con exactitud milimétrica -más, si revisamos las hojas de vida del los altos dignatarios elegidos por Petro para gobernarnos-.
 
Las películas de Cantinflas siguen teniendo vigencia porque el país -y su región amplia- que retrató siguen siendo, en muchos aspectos, los mismos. Por eso su legado es inagotable, como lo definió Vicente Quirarte: una comicidad permanente que aún hoy nos sirve de espejo. Y, aunque en apariencia no decía nada, en realidad lo decía todo. En sus frases ininteligibles estaba el retrato de un sistema político que hablaba mucho para no decir nada. Verbigracia esta perla de Petro: “Dado que entonces la economía de funciones continuas, demanda y oferta, cruzo las curvas de indiferencia por diversas cosas para consumir. Me pongo una tangente. Entonces yo sé que la fórmula de la tangente es el punto cero, donde la línea recta toca con la curva de indiferencia”. Tal como lo sentenció el Chato: “Charlar sin llegar a ningún punto. También puede resumirse en expresarse con frases, o palabras que carecen de sentido o fuera de orden”.
 
Mario Moreno fue un maestro en el arte de cantinflear para hacer pensar. Hoy, sin embargo, asistimos a su versión degradada: la politiquería cantinflesca. Solo que en lugar de ingenio hay desvarío, en vez de crítica hay confusión, y donde había humor, ahora hay alarma.
 
La realidad supera la ficción. Mientras Cantinflas actuaba para hacernos pensar, hoy muchos actúan sin pensar. Y lo que es peor: nos gobiernan con la lógica de lo ininteligible. Para traerlo a nuestro contexto un columnista escribió un recientemente: el estilo Petro no es académico ni didáctico, es un performance lleno de frases sueltas, ideas sin rigor y palabras que suenan importantes, pero que nadie entiende.
 
A un año de las próximas elecciones, solo queda esperar que el relevo no sea peor. Pero confieso que no tengo mucha fe pues como dijo Cantinflas "No sospecho de nadie, pero desconfío de todos."
 
¡Grande Mario Moreno!
 
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