Los influencers han emergido como nuevos actores en la configuración de la opinión pública, y cómo no, también en los temas políticos. Con millones de seguidores, estos ‘líderes de opinión’ pretenden desplazar a los medios tradicionales como fuentes de información de amplios sectores de la población. Sin embargo, su penetración en la esfera política plantea serias cuestiones éticas: ¿Cómo maneja un influencer su responsabilidad cuando promueve ideologías o fomenta el fanatismo político? ¿Deberían estar sujetos a regulaciones similares a las de los medios convencionales?
A diferencia de los periodistas, que han de operar bajo códigos éticos, aprendidos en la universidad, y están sujetos a la contrastación de la información; los influencers suelen difundir opiniones políticas y contenidos ideológicos sin la misma rigurosidad. Esta falta de responsabilidad es especialmente preocupante en un contexto como el colombiano, donde la polarización política está enraizada y donde las plataformas digitales amplifican, sin control alguno, mensajes extremistas.
Un ejemplo reciente es el papel de los influencers en la estrategia de ataque y defensa del gobierno frente a los múltiples escándalos nacionales. Lo que antes era motivo de rechazo para los indignados opinadores digitales, ahora pasa inadvertido, es justificado o minimizado. No prima el criterio de noticiabilidad enseñado en el aula, porque no pasaron por una, sino la necesidad imperiosa de desprestigiar, cual jauría hambrienta, al que opina diferente.
Estos influencers autodenominados la voz del pueblo o defensores de la verdad, aprovechan su alcance para promover agendas políticas e ideologías sin someter sus afirmaciones a un escrutinio crítico y lo que es peor, muchos de ellos, en la actualidad, están pagos con el erario; así, mientras presentan informes de actividades en las instituciones gubernamentales, en sus cuentas de redes sociales se expresan como si fueran ciudadanos comunes. Esto no solo distorsiona la percepción pública, sino que también alimenta el fanatismo y la división social, convirtiendo el debate político en una batalla de emociones, más que de ideas fundamentadas.
En el periodismo profesional, la independencia editorial es un principio fundamental que propende por evitar que los intereses económicos o políticos influyan en la información. De esta manera, la credibilidad es el principal activo de los periodistas profesionales. Sin embargo, en un entorno altamente polarizado, los influencers suelen ganar seguidores precisamente por reafirmar las creencias preexistentes de su audiencia, en lugar de desafiarles con información imparcial. Esto refuerza el sesgo de confirmación y contribuye a la creación de burbujas informativas donde la verdad se vuelve secundaria frente a la ideología.
Los medios tradicionales, criticados por sectores a los que no les gusta su papel escrutador, están sujetos a regulación estatal y control posterior. Además, a la línea editorial del medio, al control de los cuadros de mando y de sus pares, eso sin contar con un alto grado de autocontrol, que en momentos puede rayar en la autocensura. Esto no pasa con los influencers que, por congraciarse con su líder, no se sonrojan con las mentiras, verdades a medias o exageraciones que esputan cual metralla.
No invito a la censura, invito a la cordura y la formación de audiencias.
Nos vemos en la red (0)
No hay comentarios:
Publicar un comentario