El término ‘woke’ se ha hecho sonoro de manera especial en los últimos días. Lo que comenzó como una expresión nacida en la comunidad afroestadounidense para describir la conciencia ante las injusticias raciales y sociales, ha sido transformado y desvirtuado, pasando de ser un símbolo de empoderamiento a una herramienta de polarización y control ideológico.
En su origen, ‘woke’ representaba un estado de alerta frente a la opresión. Desde la canción "Scottsboro Boys" de Lead Belly en 1938 hasta su popularización en el movimiento Black Lives Matter, el término fue un llamado a despertar frente a la desigualdad. Sin embargo, como suele suceder con los conceptos que alcanzan una visibilidad masiva, su significado evolucionó y se distorsionó con el tiempo. En la actualidad, ‘woke’ es tanto una insignia para ciertos sectores como un blanco de crítica para otros. Su uso ya no solo denota conciencia social, sino que se ha convertido en un arma arrojadiza en las guerras culturales contemporáneas.
El fenómeno, en mi criterio, debido a la saturación y abuso del concepto, ha desatado una corriente de opositores que crece como bola de nieve. Elon Musk, por ejemplo, lo ha catalogado como un "virus", argumentando que su proliferación sofoca el pensamiento crítico y la diversidad de ideas. Por su parte, Donald Trump ha centrado mucha de su narrativa política en atacar lo que denomina la "dictadura woke", vinculándola a políticas que, según él, erosionan los valores tradicionales. La aireada voz de Trump no es aislada; avizora un cambio en la agenda cultural que se puede imponer allende a las fronteras norteamericanas.
Las grandes corporaciones, por ejemplo, han respondido a esta polarización. Disney, tras años de promover una agenda inclusiva,mejor dicho ‘woke’ –incluso muchas veces forzando las producciones- ha optado por volver a un enfoque neutral para reconectar con su público mayoritario. Mientras tanto, Meta, bajo el liderazgo de Mark Zuckerberg, ha relajado sus políticas de moderación en temas de discurso de odio y diversidad, distanciándose de su postura anterior de defensa explícita del progresismo.
Lo preocupante del ‘woke’ radica en su instrumentalización como herramienta de control. Lo que alguna vez fue un grito de resistencia se ha utilizado para imponer agendas, juzgar a quienes piensan distinto y sofocar el debate abierto. Este fenómeno no solo afecta a las instituciones políticas y empresariales, sino que permea en la vida cotidiana, imponiendouna narrativa que no admite matices ni disidencias. En su afán por visibilizar ciertas causas, termina limitando otras, cayendo en la misma intolerancia que supuestamente combate.
Si bien es necesario mantener la conciencia frente a las desigualdades, la manera en que el ‘woke’ se ha convertido en un campo de batalla ideológico puede llegar socavar los principios democráticos.
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