Durante décadas, la izquierda ha apropiado el ámbito cultural: el arte, la música, el humor y la narrativa histórica para modelar la percepción colectiva a su favor.
Esta hegemonía les permitió posicionar sus discursos como verdades políticamente correctas, causando, incluso, vergüenza en quienes piensan diferente. Sin embargo, el panorama ha comenzado a cambiar. Las mismas herramientas que los progres utilizaron para consolidar su poder están siendo empleadas en su contra, y su reacción evidencia un temor profundo ante la erosión de su herramienta de control ideológico.
El caso de Retador es un ejemplo que bien ilustra esta transformación. Algunoscaricaturistas, como Matador, han ejercido un papel de castigadores modernos, utilizando el humor gráfico para ridiculizar a sus adversarios ideológicos con impunidad y sembrar su pensamiento de manera divertida. No obstante, Retador, valiéndose de las mismas armas,ha invertido la dinámica: ha replicado la estética y el impacto visual, pero con un mensaje alternativo -políticamente hablando-. Esto ha provocado una reacción furiosa de quienes, durante años, se regodearon en la burla sin admitir que el humor puede ser un arma de doble filo.
La pugna por la apropiación del espacio público ha seguido una trayectoria similar. Los murales que tradicionalmente han servido como vehículos de la narrativa de izquierda han sido contestados con intervenciones artísticas de signo contrario. El caso del mural “Las cuchas tienen razón”, y su posterior controversia en Medellín y Bogotá, revela hasta qué punto la izquierda ve el arte urbano como un territorio de su propiedad. Sin embargo, la reacción airada de los activistas de derecha tapando las mencionadas paredes con banderas de Colombia revela que este espacio tampoco está escriturado.
La música, otra de las trincheras históricas del progresismo, también ha sido escenario de esta disputa. Una serie de videos en ritmo urbano, atribuidos a Hannah Escobar (@missmelindres), han circulado en redes sociales y plataformas de mensajería. Estas piezas audiovisuales, que adoptan las narrativas y estéticas progresistas, denuncian la corrupción y las contradicciones del actual gobierno y han encontrado eco en un público que no se siente representado por el discurso oficialista. La respuesta ha sido predecible: ataques y censura por parte de quienes, irónicamente, se presentan como defensores de la diversidad de pensamiento.
En el ámbito digital, la batalla se intensifica. La izquierda ha cultivado una red de activistasque operan como amplificadores de su narrativa. Sin embargo, la aparición de varios influenciadores de derecha, que cada día ganan más espacios en las plataformas sociales, ha demostrado que esta estrategia ya no es exclusiva del progresismo. Muchos de estos creadores de contenido han controvertido, con datos y argumentos, la retórica de las bodegas oficialistas.
Así pues, el terreno simbólico ya no le pertenece solo a un lado del espectro. La lógica gramsciana de la hegemonía cultural está siendo comprendida por quienes antes fueron indiferentes y ahora ven en ella un nuevo campo de batalla político, porque las plataformas digitales son la nueva plaza pública.
Nos vemos en la red (0).
No hay comentarios:
Publicar un comentario