Cuando Simón Bolívar decretó la “guerra a muerte” en Trujillo en 1813, no estaba pensando en la armonía, ni mucho menos en que la Gran Colombia fuera la “potencia mundial de la vida” que hoy promociona el gobierno colombiano. Su bandera rojinegra, rescatada recientemente por el presidente Gustavo Petro en marchas y hasta en la ONU, no simbolizaba emancipación ni justicia social. Representaba otra cosa: la licencia para exterminar al enemigo, incluso si era neutral, el eslogan macabro: “Españoles y canarios, contad con la muerte”. -No es que suene muy amigable, ni que se acomode al estilo del diálogo que ahora promulgan con los delincuentes-.
Históricamente, la bandera apareció en medio de una guerra civil cruenta, atravesada por tensiones raciales y de clase. Los criollos mantuanos, temerosos de una rebelión al estilo haitiano, prefirieron redirigir su odio hacia los peninsulares. El resultado fue un periodo de masacres, fusilamientos y represalias que dejaron cicatrices profundas. Es decir: el símbolo, lejos de ser un estandarte de emancipación, fue una licencia de violencia que no trajo gloria sino dolor.
El concepto mismo de “guerra a muerte” no nació del aire: Bolívar lo adoptó tras la caída de la Primera República de Venezuela (1812), cuando la represión indiscriminada de los realistas —con masacres en ciudades como Calabozo y San Juan de los Morros— sembró un odio irreconciliable. Inspirado además en el modelo haitiano, donde la independencia se consolidó con un decreto de exterminio contra los franceses, patriotas como Antonio Nicolás Briceño y luego Bolívar impulsaron una estrategia similar. Fue, en suma, una respuesta brutal a otra brutalidad: la idea de que en esa guerra no cabía neutralidad, solo muerte o vida, según el bando.
Por eso resulta paradójico –y casi cómico– que en el país que se proclama como “potencia mundial de la vida” se esgrima una bandera mortífera y cargada de cruenta historia. Es como inaugurar un hospital con una morgue en el logo -pensándolo bien, pueden ser varias las banderas equivocadas… todo un oxímoron-. El contraste entre el discurso de vida y el símbolo de muerte no puede ser más evidente. Y, sin embargo, en Nueva York estaba Petro, con la rojinegra anclada al pecho como si fuese un amuleto de emancipación y clamando por la paz de la humanidad, mientras en Colombia el crimen campea. Ni siquiera los asesinatos contra líderes sociales -qué antes se condenaban firmemente- han cesado.
Los símbolos importan. Las palabras dicen una cosa y las acciones otras. De esta manera se genera un caos semántico con el que cada uno se queda con lo que logra entender, en medio de una campaña política se hace sin rubor desde los puestos de Estado.
Zapping
Mañana se conmemora el Día Mundial de la Radio Universitaria ,una celebración global que este año se mueve bajo el lema “Sintoniza con la gente”. La fecha, nacida en 2012, hoy reúne a más de 700 emisoras de 40 países. Vale recordarlo: en tiempos de algoritmos y pantallas, la radio sigue siendo ese lugar donde las voces humanas importan más que los hashtags y aquí en el Quindío tenemos el privilegio de contar con la Ufm 102.1 que, además, está de plácemes por sus 25 años de historia. Enhorabuena para todos quienes hacen posible que la emisora se mantenga al aire.
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