Debo confesar que no soy imparcial al escribir esta columna. Estoy profundamente orgulloso de la Universidad del Quindío y del rumbo que lleva. Soy profesor de la alma mater, y cada vez que recorro el campus y veo arte, deporte y vida académica, me siento henchido de alegría. La celebración de los 65 años ha sido por todo lo alto: nada que envidiar a las fiestas de los entes territoriales; antes bien, mucho ejemplo dan.
Cultura y arte por doquier. La Filarmónica nos regaló este año un espectáculo sobrecogedor, muestra de evolución técnica y refinamiento. En teatro, Frida presentó un montaje exigente, que se apropia de las herramientas narrativas y escénicas de una manera admirable.
Celebrar 65 años no es solo soplar velas; es revisar con gratitud una historia que empieza en 1960, cuando el Concejo de Armenia dio vida a la Universidad, y que muy pronto echó a andar con Topografía y la Licenciatura en Pedagogía y Administración Educativa. Hoy es una institución acreditada en alta calidad que ha impactado a la región en economía, salud, arte, deporte, cultura, ingeniería, desarrollo social, medioambiente e investigación. Esa trayectoria explica la emoción que despierta esta semana universitaria: somos familia porque hemos crecido juntos, campus y territorio, aula y calle.
La agenda de celebración se pensó como un abrazo extendido. Abrió con la carrera ¡Somos Familia!, que reunió a cientos de uniquindianos por la avenida Bolívar: una fiesta del movimiento que recordó que caminar y correr también construyen comunidad. Luego, el Tedeum en la Catedral La Inmaculada Concepción ancló la conmemoración en la gratitud, y la Filarmónica del Instituto de Bellas Artes ofreció el concierto Aranjuez, síntesis de talento, disciplina y capacidad interpretativa.
El teatro tomó la posta con Frida en el auditorio Bernardo Ramírez Granada, demostrando que en la Uniquindío el escenario es también aula, laboratorio y espejo. A la par, el campus vibró con deporte, talleres artísticos, feria estudiantil y presentaciones de grupos representativos. Todo respira alegría y sentido de pertenencia.
Quiero subrayar el Camino del Emprendedor, con decenas de stands que ponen a dialogar creatividad, oficio y conocimiento aplicado; y el Reinado de la Identidad Uniquindiana, con desfile de coloridas carrozas y velada de coronación: una exaltación de la diversidad y la autenticidad.
Nada de esto surge por generación espontánea. Hay liderazgo, método y corazón. Es justo reconocer al rector y a su equipo: han entendido que la excelencia académica florece cuando se riega con cultura, deporte y participación. La dirección del Instituto de Bellas Artes merece un aplauso prolongado: la Filarmónica suena con solvencia y cada expresión artística eleva la vara de lo posible.
La región lo percibe. No es casual que el gobernador, presidente de la Junta Directiva y miembro del Consejo Superior, haya exaltado a la Universidad como “alma que impulsa al Quindío hacia el conocimiento, la innovación y la esperanza”. Es la confirmación externa de lo que sentimos por dentro: la educación pública de calidad como camino digno para transformar vidas.
Les advertí que no era imparcial. Nos vemos en la red (0)

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